“Son, ochentas días son, ochenta nada más
para dar la vuelta al mundo.
Londres, Suez, Edan, Hong Kong
Bombay, Hawái, Tijuana y Singapur.
Son, ochenta días son
ochenta nada más…”
Cómo no recordar la entrañable sintonía de aquella serie de animación que tantas y tantas lecciones de geografía impartía a través de las aventuras de Willy Fog, junto a sus inseparables Rigodon, Romy y Tico. Aquellos personajes ayudaron a varias generaciones a conocer distintas localizaciones del mundo en el que vivimos. Pero no solo eso. Como se anunciaba en la cabecera de la popular serie, las historias estaban basadas en la obra de Julio Verne ‘La vuelta al mundo en ochenta días’, por lo que muchos pequeños decidieron no quedarse con la curiosidad y dieron el salto del televisor a las páginas del libro para descubrir si realmente hubo alguien capaz de completar tal hazaña. Y vaya si lo hubo, aunque su nombre no era ni Willy ni Phileas Fogg: su nombre era George Francis Train.
Este excéntrico empresario nacido en la ciudad de Boston el 24 de marzo de 1829 no solo logró dar la vuelta al mundo en 80 días, tal y como relataba Julio Verne en su obra, sino que lo hizo hasta en tres ocasiones. Es más, si bien en la primera no logró su objetivo en 80 días ya que fue detenido en Francia por apoyar la causa revolucionaria, en su tercer intentó logró reducir el tiempo del bueno de Phileas Fogg ya que consiguió hacerlo en tan solo 60 días.
No era de extrañar, por lo tanto, que fardase ante los periodistas de la época. “¿Recordáis el viaje de Julio Verne por el mundo en 80 días?”, decía George Francis Train. “Me robó la gloria. Yo soy Phileas Fogg”. Eso sí, las historias de ambos personajes guardaban pocos parecidos. Mientras el protagonista de ‘La vuelta al mundo en ochenta días’ había nacido en el seno de una familia acomodada y se atrevió a completar el viaje en el menor tiempo posible por una apuesta, la trayectoria de Train fue por otros derroteros.
Al poco tiempo de nacer se trasladó con su familia a Nueva Orleans, donde su madre y sus tres hermanas fallecieron a causa de la fiebre amarilla que se expandió por la región. Para que escapase de la plaga, lo enviaron a vivir con sus abuelos maternos, que querían para él un futuro próspero con un trabajo de provecho. Sin embargo, acabó por imponerse su carácter emocional e impulsivo y no tardó en soñar con crear un verdadero imperio y la fortuna necesaria para realizar todas las disparatadas aventuras que quería protagonizar.
Comenzó a trabajar a los 16 años cuando se topó con un primo adinerado de su padre que gestionaba un emporio de transportes marítimos. A medida que ganaba peso en la compañía, fue conociendo otros lugares del mundo. Se trasladó en varias ocasiones a Australia y también viajó a Reino Unido, donde residió en Liverpool y Londres.
Gran defensor del capitalismo, consigió hacerse un importante hueco en el sector de las infraestructuras logrando construir los tranvias de la capital británica y de Birkenhead. También en el Viejo Continente estableció buenas relaciones con la reina María Cristina de España y le propuso construir un tren que recorriese las tierras que esta poseía en territorio norteamericano, concretamente en Pensilvania. No obstante, su mayor reto en este sentido fue intentar construir una red de ferrocarril transcontinental que recorriese la cordillera de las Montañas Rocosas. Obviamente, tan descabellado propósito tampoco llegó a buen puerto.
Pero a medida que sus negocios crecían, nuestro protagonista iba perdiendo el interés por estas cuestiones y en su mente comenzaban a rondar extravagantes aventuras. Como, por ejemplo, dar la vuelta al mundo. Su primer intento lo realizó en 1870: Junto a su primo George Pickering Bernis, que hizo la veces de Rigodon, partieron de París en julio.
En su periplo por el mundo pasaron por Egipto, Bombay, Calcuta, Hong Kong, Tokio, San Francisco y Nueva York, antes de tomar el camino de regreso a la capital gala. Pero antes de llegar a la meta, Train fue detenido en Lyon durante dos semanas por posicionarse de parte de la causa revolucionaria de la Comuna de París y apoyar la revuelta. La acción de las autoridades estadounidenses así como la intermediación de Alejandro Dumas hicieron posible que abandonara la prisión. Cuando logró llegar a París, y sin que nadie pudiera llevarle la contraria, afirmó que había completado su propósito de dar la vuelta al mundo en 80 días.
Dos décadas más tarde, Train volvió a sentir la llamada de la aventura. En esta ocasión, motivado por la hazaña que había conseguido Nellie Bly, una reportera del New York World, que logró dar la vuelta al mundo en 72 días, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos cumpliendo un encargo del medio para el que trabajaba y para retar al personaje de ficción de Julio Verne. George F. Train sabía que no podían quedar así las cosas, por lo que decidió ponerse en marcha para superar esa nueva marca.
Convenció a los responsables de un periódico universitario de Tacoma para que se hicieran eco de su segundo viaje por el mundo. Partió de esta ciudad portuaria del estado de Washington rumbo a Yokohama. Allí, una vez más, Train fue detenido por no tener pasaporte. No era la primera vez, pero tampoco la última (hasta en 15 ocasiones se vio entre rejas este peculiar viajero). Consiguió un documento identificativo y pudo continuar su viaje rumbo a Singapur. La siguiente parada de su ruta era Calais, al norte de Francia, donde consiguió un pasaje para un barco que le llevaría hasta Nueva York. Un nuevo percance provocó que estuviera parado durante 36 horas, lo que no impidió que pudiera tomar un tren especial para llegar a Tacoma y completar su recorrido en 67 días, 12 horas y dos minutos.
Pero ahí no acabó todo. Apenas dos años más tarde, en la localidad de Whatcom, también en el estado de Washington, se ofrecieron a sufragar una nueva vuelta al mundo de Train. Sin reparo alguno aceptó nuevamente el reto y volvió a superar la marca que él mismo había establecido, pues consiguió viajar a lo largo y ancho del globo en solo dos meses.
Aunque sus periplos por el mundo siempre tuvieron un final feliz, no ocurrió lo mismo con su vida. Su excentricidad le acabó pasando factura y, pese a tener cuatro hijos, acabó viviendo solo y olvidado. Cuentan que en sus últimos días pasaba la mayor parte del tiempo en un parque hablando con los animales, hasta que cayó víctima de la viruela y falleció el 5 de enero de 1904.
Y quizá, en aquel momento, lo que más le removiese la conciencia no era haber aspirado a ser presidente de los Estados Unidos ni haber acabado en chirona en distintas ocasiones, no solo por sus viajes, sino por defender aquello en lo que creía. En esos últimos días de vida, puede que recordase cómo la fama fue a parar a aquel Phileas Fogg que creó Julio Verne y no a él, que sí que logró de verdad dar la vuelta al mundo en apenas 60 días.
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Con información de SmithSonianMag, New England Historical Society, Publico, Australian Dictionary of Biography, Wikipedia y El Español. Las imágenes de este artículo son propiedad de Wikipedia (2 y 3) y Pixabay
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